En 1959 se abrió la primera peluquería de señoras en Sanzoles. Yo siempre había sido aficionada y tanto me gustaba la profesión que cortaba el pelo por amor al arte, hasta que un día me animé y me marché a Zamora para aprender en la Peluquería Rosi. Cual sería mi sorpresa que al regresar a casa a los ocho días para ver a mi marido, ya que estaba recién casada, se me llenó la casa de personas para que les cortara el pelo. ¡Podéis imaginaros lo que podía haber aprendido yo en ocho días!... Y así estuve durante siete meses. Los sábados cuando venía me quedaba hasta altas horas de la madrugada peinando, pero la verdad es que merecía la pena porque aquí aprendía más que en toda la semana en Zamora.
Al terminar mi periodo de formación, preparé una habitación con un secador de mano con un gorro de plástico, puesto que todos los peinados eran a base de tubos. En aquellos años pasaba una cosa: solo teníamos luz eléctrica por la noche, la cual daban al anochecer y cortaban a las ocho de la mañana. A las clientas les ponía los tubos. Unas se secaban el pelo en su casa y otras en mi cocina arrodilladas al lado de la lumbre. Cuando se me terminaban los tubos los hacía de cartón y les daba una puntada, así todas quedaban contentas y ninguna quedaba sin peinar.
Recuerdos y anécdotas tengo muchas, tanto de clientas como de familiares. A mi suegro, por ejemplo, cuando le cortaba el pelo no le cobraba nada, como es natural, y el siempre me decía: "¡Bueno hija, quédate con la vuelta!". De las clientas recuerdo que una de ellas se casaba a las 12 de la mañana y se presenta en mi casa a las 6 de la mañana. Yo, con el susto en el cuerpo por no saber quien sería el que llamaba a esas horas a la puerta, cual es mi sorpresa que le digo: “Pero maja, ¿donde vas a estas horas tan temprano?”, y me responde: “Vengo para que me peines, porque como no me dormía pues me dije... que no duerma Tina tampoco”.
La verdad es que la peluquería no tenía horario fijo. Unas venían temprano, otras después de cenar y otras cuando querían. Pero yo nunca decía que no a nadie, es más incluso peinaba hasta los domingos, ya que las clientas querían estar guapas para ir al cine del señor Abilio. Eso sí, yo siempre llegaba tarde porque siempre estaba peinando hasta esa hora. En aquella época reinaban los moños y aquellos cardados tan fuertes. ¡Qué trabajo daban, pero que guapas quedaban!. Algunas ya quedaban peinadas para toda la semana.
Bueno, y así día a día cumplí mis casi cuarenta años al frente de la peluquería gracias a Dios, sin vacaciones nunca, pero muy contenta y agradecida a toda la clientela hasta el final.
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