No siempre que uno canta lo hace por alegría. A veces una canción, lo que lleva una copla pegada a su alma, es un río de sentimiento y éste no tiene porqué ser festivo. Eso ocurre hoy. Aquí estamos para abrir la semana cultural, una puerta que sirve para oxigenar el verano, para aventarlo y quitarle calor y agobio. Pero hoy estamos aquí, sobre todo, para reconocer a una mujer que hasta hace nada estaba pegada a nuestras faldas y era la alegría de la huerta, quien siempre tenía a mano un chascarrilo fácil que rompía las situaciones de tensión; quien cantaba, lo mejor que podía, más con el alma que con la voz; quien en los momentos bajos nos levantaba a todas de esa silla enana y pegajosa en que, a veces, se convierte la vida.
Queremos reconocer a quien siempre llevaba a Sanzoles en el corazón, quien iba y venía llevando siempre la palabra amable de casa en casa, a quien se prestaba para ayudar a todo aquel que se lo pidiera. La mujer ingenua, de inteligencia natural, que supo, como nadie, adaptarse al medio y echar a tierra una sonrisa sobre la que navegar en los momentos difíciles.
Era como una esponja que recogía penas y tristezas de los demás. Las enjugaba y después las convertía en un comentario amable, en un gesto vivificador. Si alguien necesitaba una mano en la que apoyarse, allí estaba ella para servir de bastón. Si había que empujar la fiesta, cualquier fiesta, para echarla a rodar, allí estaba la primera arrimando el hombro. Si lo que se necesitaba era una compañera de tute o de brisca para completar la partida, nunca fallaba, aunque después en vez de en juego anduviera a lo suyo: a comentar lo que ocurría aquí o allá, siempre visto desde el cristal de la bonhomía, siempre con la sonrisa presta, siempre intentando agradar a los demás.
Hoy, tendrán que perdonarnos; las canciones no van a sonar igual. Faltará ese runrún de voz aterciopelada, esas ganas que ella ponía en todo lo que hacía. Da igual que, a veces, entrara a destiempo, así era ella: como un torbellino que movía todo a su alrededor; lo que la hacía grande, era que todas sabíamos que estaba ahí, que su humanidad nos acompañaba, que nunca nos iba a fallar.
Mujer andarina, mujer completa, madre, amiga y compañera, siempre estará en nuestros corazones y en nuestras canciones, esas que ella tarareaba constantemente y a las que ponía alma y corazón, como si fueran suyas.
Repito: no siempre que uno canta lo hace por alegría. Hoy es el día. Pero creo que haciéndolo tributamos el mejor homenaje a quien nunca nos hubiera perdonado que hoy no hubiéramos estado aquí por ella. Hoy estamos aquí, cantando, por ella.
¡¡Va por ti, Lourdes!!
Queremos reconocer a quien siempre llevaba a Sanzoles en el corazón, quien iba y venía llevando siempre la palabra amable de casa en casa, a quien se prestaba para ayudar a todo aquel que se lo pidiera. La mujer ingenua, de inteligencia natural, que supo, como nadie, adaptarse al medio y echar a tierra una sonrisa sobre la que navegar en los momentos difíciles.
Era como una esponja que recogía penas y tristezas de los demás. Las enjugaba y después las convertía en un comentario amable, en un gesto vivificador. Si alguien necesitaba una mano en la que apoyarse, allí estaba ella para servir de bastón. Si había que empujar la fiesta, cualquier fiesta, para echarla a rodar, allí estaba la primera arrimando el hombro. Si lo que se necesitaba era una compañera de tute o de brisca para completar la partida, nunca fallaba, aunque después en vez de en juego anduviera a lo suyo: a comentar lo que ocurría aquí o allá, siempre visto desde el cristal de la bonhomía, siempre con la sonrisa presta, siempre intentando agradar a los demás.
Hoy, tendrán que perdonarnos; las canciones no van a sonar igual. Faltará ese runrún de voz aterciopelada, esas ganas que ella ponía en todo lo que hacía. Da igual que, a veces, entrara a destiempo, así era ella: como un torbellino que movía todo a su alrededor; lo que la hacía grande, era que todas sabíamos que estaba ahí, que su humanidad nos acompañaba, que nunca nos iba a fallar.
Mujer andarina, mujer completa, madre, amiga y compañera, siempre estará en nuestros corazones y en nuestras canciones, esas que ella tarareaba constantemente y a las que ponía alma y corazón, como si fueran suyas.
Repito: no siempre que uno canta lo hace por alegría. Hoy es el día. Pero creo que haciéndolo tributamos el mejor homenaje a quien nunca nos hubiera perdonado que hoy no hubiéramos estado aquí por ella. Hoy estamos aquí, cantando, por ella.
¡¡Va por ti, Lourdes!!
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