“¡Carlos!”, grito Benito desde lo alto de un almendro. “¡Aquí hay uno, pero solo tiene un pichón!”. Subí lo más rápido que pude y sentí la emoción de ver por primera vez lo que los demás ya conocían desde pequeños.
Nos juramos dejarlo allí, por que era muy pequeño, todavía con la esperanza de recogerlo días mas adelante, no sin antes pasar por la piedra de los marineros a escuchar las campanas de León.
Una de las preocupaciones mayores que teníamos era la de preparar las bodegas para que en las fiestas no faltara de nada. Comprábamos asientos de coches viejos y los repartíamos por todas las esquinas de esta con la ingenua intención de enseñárselos a las chicas e invitarlas a tomar una limonada. Ellas a su vez hacían lo mismo en sus bodegas, que por lo general estaban mucho mejor preparadas que las nuestras.
De todas formas, recuerdo las noches que pasábamos en ellas...
- Haremos una cosa, apaguemos todas las luces y nos liamos a tortas con el primero que encontremos".
- Vale.
- “¡Coño pensaba!” de cada cuatro palos que caían, tres me los llevaba yo sin enterarme de que el delator de mi posición era el reloj fosforescente que tenia en la muñeca.
- ¡Ay, eso no vale, alguien me ha mordido en la oreja!.
- “Jódete Pedro”, le grite desde la oscuridad dándome cuenta de la jugada.
También en Navidad preparábamos las bodegas con la sana intención de ir a dormir un rato después de correr los cencerros por el pueblo.
A eso de las 6 de la mañana y después de haber estado mas de dos o tres horas tocando las guitarras y tomando alguna que otra “caipiriña” nos preparábamos para hacer las sopas de ajo que entonaban el cuerpo al calor de la lumbre de la zarzera antes de salir otra vez a correr el Zangarrón.
Recuerdo los paseos los sábados por las tardes por la brévola en cuadrillas con las chicas, nuestros primeros cigarros a escondidas, nuestros primeros amores y los maravillosos atardeceres que nunca podré olvidar. Las noches de caza de gorriones en las higueras que, más tarde, las madres de Conra o de Rober preparaban y nos comíamos en la bodega.
- ¿A donde nos vamos hoy?.
- "Me ha dicho Guada que le esperemos en la Cafetería", decía el Rojo.
Montábamos en el 600 y tomábamos ruta al embalse de Muelas donde primero nos metíamos un chapuzón y mas tarde pasábamos por un bar en el que nos poníamos ciegos a lomo, chorizo, jamón y todo lo que se terciara con la sabia intención de ir a las fiestas de algún pueblo de la zona. En éstas siempre alguno de nosotros terminaba un poquito doblao, pero para eso estaban los demás para echar una mano por lo menos hasta el coche.
Recuerdo al pregonero, a Octavio que nos dejaba entrar a escondidas en el baile del Casino, la tienda de la señora Ana, las clases en las escuelas a las que acudí un año (y no me acuerdo del profesor), de mis compañeros (Eladio, Rosen, Pedro Piri, Conra, Carlos staer, JuanFran etc.....), creo que todos estábamos juntos y mezclados; pero de lo que mas me acuerdo es de las tertulias con Cele, Manolo, Pecho buque, Harry en casa del Señor Floro y Doña Roberta.
De la emoción de mi primer viaje a Madrid a recoger las notas de alguien a la Facultad de Ciencias de la Información y sobre todo del puñetero calor que pasamos aquellos días. ¡Uffff que calor!.
Por último recuerdo las fiestas, los toros y lo mal que lo pasamos en alguna cogida. Las juergas nocturnas hasta sabe Dios que horas tempranas de la mañana con sus amaneceres. Las salidas a Zamora a dedo y alguna vez volver andando.
Recuerdo a mi abuelo Ángel siempre atento a que no preparásemos alguna, cómo nos enseño a cazar pájaros en el gallinero, a mi abuelo Matías y el estanco de la Sra. Encarna. A mi bisabuelo Marciano leyendo libros con una lupa y sus gafas.
Mi infinito agradecimiento a mis padres que supieron inculcarme de alguna manera que aún naciendo lejos en otras tierras a las que también amo partieron de alguna manera este corazón que no sabe ni quiere olvidar que sus ancestros son de SANZOLES.